Aprendo, me divierto y casi magia he descubierto.- Todavía un poco enano os presento a mi manzano.

Una manzana al día del médico te ahorraría.

El manzano es un árbol de la familia de las rosáceas, cultivado por su fruto y apreciado como alimento. Fue introducido en Europa por los romanos y en la actualidad existen unas 1000 variedades como resultado de innumerables hibridaciones entre formas silvestres.

Lo primero que hice para intentar conseguir un futuro árbol de manzano fue extraer las semillas de una manzana, prestando especial atención a no dañarlas, por lo que evité cortar la manzana por la mitad, después ayudada por un cuchillo pude sacarlas sin dañarlas y con facilidad. 

Inmediatamente después de extraerlas las limpié para quitar cualquier resto orgánico que puedieran tener, una vez limpias las metí en un vaso con agua con la finalidad de poder averiguar si las semillas eran aptas o no para germinar.  Las semillas que flotaban no lo eran,  mientras que lógicamente las que no lo hacían si.

La germinación la hice exactamente igual como ya os expliqué en entradas anteriores, humedeciendo, no empapando, las semillas y cubriéndolas con papel absorbente, después las envolví en papel de plata y como siempre asegurándome de que no les faltaría humedad.

Pasados unos días comenzaron a aparecer señales de vida en las semillas.

Cuando consideré que el tamaño de la raíz era el adecuado procedí a plantar la semilla germinada en tierra, para que el futuro arbolito pudiera conseguir todos los nutrientes tan necesarios para su adecuado crecimiento.

Una manzana de tamaño medio (150-200 gramos) tiene entre 46 y 64 millones de células. Pero la mayoría de la manzana es sólo agua y azúcares: 85% de agua y 11% de azúcares. El compuesto que da el color rojo a la manzana, la antocianina, es el mismo que produce el color rojo en rosas, petunias y otras flores. 


La pera no espera, más la manzana espera y yo espero que os haya gustado la entrada que os he preparado para el día de hoy.